Me vino a la mente la imagen de dos hombres sobre un ring, en el club atlético de Tom Sharkey.

Los dos hombres se golpean con mucha violencia, la gente se enardece, espera que uno de ellos caiga, pero es imposible predecir el resultado.

George Bellows no tuvo más que cruzar  la calle, desde su estudio al club de Sharkey, para pintar la escena y situar al que lo mira en la posición que tendría de estar entre el público.

Nos hace ver la forma bestial en que dos hombres buscan dañar al otro descargando toda la potencia instintiva de sus naturalezas. Sus caras y la de los espectadores se distorsionan por la tensión que refleja la crueldad de la pelea brutal.

Dejamos de ver Stag at Sharkey. Bellows nos lleva a otro sitio y nos permite mirar a su pequeña hija Anne con un vestido blanco, sentada en una mecedora.

Su mano descansa en la pierna y un abanico sobre el regazo; la otra mano cae lánguida sosteniendo el gran sombrero; el largo cabello rojizo cae por debajo de los hombros, cubre la frente, enmarca el rostro sereno, los enormes ojos oscuros y la tranquila mirada de la inocencia.

Lo brutal de la realidad y la inconmensurable belleza de la pureza.

En esa extrema contradicción, en esa aceptación de lo real y en la inacabable búsqueda de la imposible pureza, transcurre la vida.

Las obras: Stag at Sharkey’s, óleo sobre lienzo. Museo de Arte de Cleveland.

Anne en blanco, óleo sobre lienzo. Carnegie Museum.

(Con leves modificaciones, el artículo fue publicado en Dichos y escritos para nadie. Juan Carlos Boveri. Ediciones Bec.)